25 agosto 2019

Ojalá que fuera tan levantinista como mi hija



Ojalá que fuera tan levantinista como mi hija. Ojalá el sorpasso particular en el levantinismo en nuestro hogar se hubiera tardado más en llegar para no encontrarme tan desprevenido y tan falta de recursos para justificarme. Ojalá poseyera su visión universalista del levantinismo. Ojalá esto nunca cambie.

Algo habré hecho bien en estos dos años para tener a mi hija tan enganchada al levantinismo. Me felicito y lo celebro como si de una copa se tratara, pero vale más porque una alegría desbordada en el momento menos esperado no tiene precio. Ella supone una dosis casi diaria de alegría imprevista inyectada directa al seno de mi corazón granota. Más no se puede pedir estando tan lejos del Ciutat.
Deje que les explique.

Cualquier cántico, sea de júbilo o protesta, que oye lo asocia directamente con el Levante. Lo justifico pensando que desde cría ha apreciado que el Levante causa a su papi y a otros adultos a volverse jóvenes de repente y cantar a capella al unísono invocando el nombre del Levante. Por algo, ella escucha ecos de levantinismo en las protestas en Hong Kong y Rusia que escuchamos cada día en los noticieros del altavoz de casa. Claro, allá, en sus respectivos idiomas, estarán pidiendo a gritos otra cosa, con toda la razón, pero mi hija les contesta con un "Vamos mi Le-van-te!!! Vamos campeón! Lo Lo Lo-Lo Looooo!". Ya me habré envejecido mucho para que mi levantinismo tan razonado y prudente no encubra y reconozca en seguida esa resistencia contra los grandes imperios de tiranía y corrupción como una lucha hermana a la causa levantinista.

Otro día es una bandera. Sí, una bandera cualquiera. Sea de Estados Unidos, de un estado, otro país, de una marca publicitaria, da igual. Una bandera que ondea alta y orgullosa le recuerda al Levante. "Papi, mira: una bandera del Levante!". Esta vez caigo víctima de mis ojos que no me permiten ver que el Levante que por su entusiasmo hace vibrar está reflejado en estas banderas. Maldita madurez que ya me está volviendo ciego.

Tal vez el momento más dulce es cuando ella asista a mis partidos de fútbol con su madre. Un domingo cualquiera en un parque municipal, a una hora poco familiar, las veces de más sin público alguno, y que no cabe duda que los partidos de una importancia equivalente a la asistencia media. Insiste ante su madre con todo su poderío infantil en llevar su camiseta del Levante. "Mami, necesito mi camiseta del Levante". Da igual que vayamos atrasados y que toque cambiarla ni influye que su papi juegue con otra equipación. Ella es mi escudera en los campos, la abanderada del Levante en la trinchera de una liga de aficionados muy mediocres en tierra de nadie en cuanto al Levante se refiere.

Para ella, una rabieta no viene de más para conseguir que le vistamos con sus colores. Como tampoco viene injustificada cuando, de vacaciones en Valencia, admiramos el Ciutat por la avenida de los Machado, casi de película nos pilla un semáforo en rojo para poder apreciarlo unos segundos más en toda su grandeza. Pero de repente se inserta un camión que tapa las vistas del templo. Que no duden, fue mi hija la que más lloró en el coche. Un "Levante" desesperado entre lágrimas y quejidos lo único perceptible en aquel momento.

En el mundial femenino, el día del España-Estados Unidos, ella no dudó en que jugaba su "Levante". Bien podría ser que ella asociara todo lo que sea jugar con un balón con el Levante pero creo que no. Con Marta Corredera haciendo constante intervenciones, ella no perdía detalle, apuntando con el dedo al televisor siguiendo a la levantinista. Tampoco dudó, lo digo aunque suene a mentira, en hacer su única caca en una bacinica hasta la fecha (sí, nos ha costado un poco desde aquel día) conmovida y en clara protesta por el arbitraje.

Me acuerdo de alguna vez, ya lejana en la memoria inconsistente de un papi que tiene peque, cuando tenía que convencerla de poner la camiseta en vez de algún vestido preferido en un día con papi o en un día de partido. Entonces, habrá costado un mínimo de razonamiento. Ahora, es ella quien me dice directamente, "Papi, pon tu camiseta del Levante". Por supuesto que cumplo y me la pongo y, luego, me maravillo, ¿por qué no la tenía puesta ya? y reconozco sin tapujos que la mayor cosa que he hecho por el Levante, entre las poquísimas cosas que habré podido hacer, es colaborar en su existencia.

Aprendiendo sus letras...

Directamente pide, ya en reiterradas ocasiones,
 que hagamos el "Estadio del Levante"

Viendo al Juvenil en Copa del Rey en Buñol