15 enero 2020

Papi, ¿por qué no juegas en el Levante?

DEAN BURRIER SANCHIS

Después de una derrota contra el Atlético de Madrid, el silencio incómodo reina sobre la comida como una tormenta que amenaza: mi hija ha estado razonando.

Prácticamente con verla, se ven a los sinapsis evolucionando a una velocidad que da vértigo. Se nota que amenaza su nebula con un diluvio.

Le habré anunciado hace un minuto que me toca partir por la tarde para ir a jugar al fútbol. Si se permite con generosidad el uso de "carrera", estoy en el ocaso de mi carrera futbolística. Estemos claros, tampoco es que tuviera un amanecer muy brillante, sería como Mercurio que apenas roza el horizonte por la tarde noche, sin brillar más que muchas estrellas menores y ante la apatía e ignorancia de la práctica totalidad de la población mundial que ni siquiera reconoce que existe. Igual ni llega a ese nivel.

Jugué mi primer partido oficial en la vida con 20 años en un equipo universitario de 3a división de la NCAA, donde nunca pasaría del equipo B. Después fundaría mi propio equipo con amigos para jugar otro año inconsecuente antes de graduarme. Posteriormente, a hacer la gira de competiciones de pago de las ligas de aficionados en la zona de Chicago durante los últimos 7 años. Para mí, y para mi hija seguramente, el clímax sería competir con camiseta blaugrana en un torneo de fútbol 7 con aficionados granotas en junio de 2016.

Este invierno, estoy culminando este progreso como jugador, debutando en la "Europa League", una de las ligas más importantes de las insignificantes, de categoría aficionada en Chicago. Visto así, no está mal para alguien que no empezó a jugar seriamente al fútbol hasta ser universitario y en la práctica apenas va llegando a 10 años. Cada gol supone una reivindicación de una juventud y pasado futbolero inexistentes. Cada pelota ganada una declaración de validez y justificación por mi presencia en la lista de suplentes. Si Morales es el Messi de los pobres, aspirar a ser el Morales de los indigentes es una meta lejana. Pero allí está la pregunta incómoda que ahora me toca enfrentar como rival.

— Papi, ¿por qué no juegas en el Levante?


Atónito quedo. Hará más cálculos que muchos estudiantes de matemáticas que cursan el bachillerato, pero ¿no es todavía joven para irse dando cuenta de que su papá es un fracasado? Dentro de mí, siento ese empuje por preservar en la medida de lo posible esa imagen relativamente inmaculada del super Papi. Pero la realidad es que en ninguna actividad en la que he participado en la vida he llegado a ser importante. Salvo en ser papá.
"la trayectoria (como papá) viene siendo mi mayor logro a nivel personal, mi copa mundial fraguada día tras día
Humildemente, sé que lo estoy haciendo de maravilla. Tendré mis días y mis fracasos como todos, pero la trayectoria viene siendo mi mayor logro a nivel personal, mi copa mundial fraguada día tras día. Estoy luchando en contra de generaciones de antepasados que no eran buenos papás, una trauma heredada que lucho por superar. Mi árbol genealógico está poblado de hombres que directamente desaparecieron de las vidas de sus hijos. No hay modelo en el que fijarse la mirada y me lo he tenido que inventar.

Aunque no llegue nunca ni a defender el escudo del Levante en el campo de batalla ni a codearme con Aitor Fernández sobre el verde (en la Tenda Granota sí lo hice para orgullo de mi hija), hay una epopeya granota que vamos escribiendo juntos. Tengo una hija con fiebre granota, contagiada de nuestros valores, orgullosa, humilde, que ejerce empatía, bondad y amor que emocionan hasta provocar lágrimas. Me da tanta vida meterme en su mundo, ese espacio en donde el Levante ejerce con agencia omnipresente, todo poderoso, una realidad palpable y profundamente local. Y, por qué no, habitar, allí en ese espacio, donde hasta yo podría ser la estrella tapada del equipo.